Centros Comunitarios Rurales Evangélicos

LECCION DE VIDA” CUANDO ESTUDIAR SUPONE VENCER MUCHOS OBSTACULOS “

Por Jorge Rouillon, Diario La Nacion, 14 de Agosto 1999

Link http://www.lanacion.com.ar/149533

BREAPOZO, Santiago del Estero.- En el país hay muchas historias similares de chicos de zonas pobres, que no se destacan porque su escuela haya salido primera en una evaluación nacional ni porque haya sido desalojada por grietas.

Son historias comunes de alumnos que, alejados de la comodidad de las ciudades, estudian con esfuerzo en escuelas rurales; a veces, a muchos kilómetros de sus casas.

En el Centro Comunitario Rural Evangélico, que funciona como escuela albergue en el campo, cerca del pueblo de Brea Pozo, a 70 kilómetros de Santiago del Estero, hay chicos que vienen de lugares distantes, como Tacopugio, a 60 kilómetros, o Robles, a 24 kilómetros.

Los alumnos hacen toda su vida en el centro: se levantan a las 6, entran a clase a las 8, a la tarde hacen deportes y aprenden tareas de campo, tienen todas sus comidas y se van a dormir a las 21. La escuela, privada, es totalmente gratuita; sus familias no podrían pagarla.

Este centro fue creado por la Escuela Cristiana Evangélica Argentina (ECEA), fundada por José Bongarrá en 1961 y que hoy tiene 2000 alumnos, en Irigoyen 2150, Capital. Desde allí se promovieron centros rurales en Andacollo, Neuquén, en 1973; Agua Escondida, Mendoza, en 1975; Brea Pozo, Santiago del Estero, en 1978; Aluminé, Neuquén, en 1980, y Andresito, Misiones, en 1982.

Por muchos años esta obra fue apoyada por fundaciones alemanas, pero esa ayuda no llega más porque “ahora nos consideran del Primer Mundo y prefieren mandar fondos a Biafra o a la India”, comentó Alicia Martínez de Russo, de ECEA. Así que la obra tiene que lograr financiarse íntegramente en el país.

Deserción escolar cero 

En el centro comunitario de Brea Pozo la deserción escolar es cero. Santiago Castaño, un chico despierto y sonriente, de 11 años, es de Pozo Frías, un descampado a tres kilómetros del centro. Allá viven sus padres, sus tíos y su abuela. Son diez hermanos y el papá no consigue trabajo, pero cultiva choclos, acelga y zanahoria para mantener a la familia. El agua la sacan con balde de un pozo que almacena lo que llueve. No hay electricidad, pero no falta la televisión, que funciona a batería. Una de sus hermanas, de 22 años, no se pierde ninguna novela.

La hermana mayor trabaja de niñera en la capital santiagueña. Santiago y tres hermanitos (Ariel, Víctor y José) viven en el centro comunitario. Si quisieran estudiar en la escuela estatal de Brea Pozo tendrían que caminar cada día seis kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. A Santiago le gusta leer. Y sueña con ser médico.

Franco Silva es de San Roque, a 15 kilómetros. Tiene 10 años y sabe arar con un caballo. “Cosechamos de todo”, dice. Vive con sus abuelos y sus tíos; no tiene hermanos. Le gusta jugar a la bolita en el piso de tierra del patio de la escuela, donde cada día se iza la bandera. Los chicos forman filas bien erguidos y cantan al elevarse la enseña patria.

En la cocina, un egresado 

El cocinero, Raúl Saavedra, es ex alumno. Todos los días prepara 25 kilos de pan en el horno de la escuela. Una hijita suya, Olga Isabel, tiene siete años y está contenta con la escuela. “Aquí enseñan a hacer sumas, a pintar, a leer”, dice, mientras trata de escribir en cursiva unas palabras que la maestra le ha dado en letra de imprenta.

Dice que tiene cuatro hermanitos: Roberto, Ale, Gisela -que tiene 45 días- y Yanina. “Cuento a Yanina, que está en el cielo”, aclara.

En la escuela los chicos rezan al empezar las clases y en las comidas. Muchos cierran los ojos, cuando uno dice: “Gracias, Señor, pedimos tu bendición sobre los alimentos y los que trabajaron para hacer la comida”. El almuerzo, que el cronista comparte, está muy bien: arroz con pollo, que muchos repiten, y una fruta. A la noche habrá pizza.

La provincia da unos fondos muy reducidos para las comidas (80 centavos por día por alumno y sólo 20 días por mes). Así que la escuela recurre al trabajo de sus alumnos, que aprenden a cultivar espinaca, rabanitos y remolacha en la huerta; a ordeñar las vacas, y algunos, los grandes, a practicar la apicultura.

El centro de Brea Pozo tiene 85 alumnos en los dos primeros ciclos de Enseñanza General Básica (EGB). Los del tercer ciclo -otros nueve- viven allí, pero acuden a un instituto católico del pueblo, el Pablo VI. Los lleva una camioneta, al igual que a otros diez más grandes que allí terminan el secundario.

Oscar D´Alessandro y su esposa, Susana Ciccone, dirigen el centro. Los dos son porteños y se conocieron siendo maestros en Mendoza. Se casaron y desde hace años trabajan en el campo santiagueño, donde viven con su hijo, Sebastián, de 18 años. Están en todos los detalles: si un chico está resfriado, si hay que arreglar un aula o conseguir cuadernos. Y se sienten felices de servir a esos chicos que sufren muchas carencias, pero a quienes ven crecer y mejorar día tras día.

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